La viejita vivía con la preocupación de que,
si se moría, el pequeño se quedaría solo y desamparado, había noches en que no podía dormir por pensar en ello. En una ocasión el niño enfermó gravemente, y la mujer desesperada no hacía más que llorar y rezar, pidiéndole a Dios que no se llevara a lo único que tenía.
Después de un momento de silencio en la oscuridad, se le apareció la Muerte diciéndole, que estaba dispuesta a dejarle a su nieto, pero con la condición de que la mujer le entregara sus ojos; sin pensarlo, la anciana aceptó y se quedó ciega.
Un tiempo después, fue ella la que enfermó, el niño le preguntaba a quién debería rezar, a quién debía encomendarla para que no fuera a morir y a dejarlo solo.
Después de un rato se quedaron dormidos y, en el sueño, la anciana volvió a ver a la Muerte, quien le anunció que venía por ella, la viejita le suplicó que la dejara un tiempo más, y la Muerte le dijo que lo haría a cambio de los ojos del niño, pero ella no aceptó porque no quería que el pequeño sufriera.
La Muerte le dijo entonces que lo único que podía hacer era llevárselos a los dos para que estuvieran juntos para siempre. La anciana aceptó, pidiéndole que lo hiciera en ese momento para que el niño, que estaba durmiendo, no sintiera nada.
Y así fue, la Muerte se los llevó a los dos y justo en ese momento los vecinos oyeron el doblar de las campanas, de manera tan misteriosa, que su sonido no se parecía a ningún otro.
Una vecina quien presenció lo que pasó, corrió la voz de que había sido la propia viejecita quien había pedido a la Muerte que se los llevara juntos, para no padecer más.
Con el tiempo se dijo que la Muerte se aparecía frecuentemente por ese callejón y que se le veía por las noches como una sombra cerca de aquel cuartito; tiempo después a petición de los vecinos, el cuartucho fue derribado, con el objetivo de levantar allí una capillita en donde se veneraría al Señor del Buen Viaje, en recuerdo de aquel suceso.